-Disculpe, damisela rupestre, ¿sería tan amable de indicarme el camino a la tenebrosa Cueva de las Flores Negras?
-¿La Cueva de las Flores Negras?
-La mismísima. Y tenebrosa.
-¿Quién lo pregunta?
-Soy el afamado caballero Sir Ánder de Requentia y Ulírima, el de la prístina mirada, Conde de Tornamimbre y adalid de la justicia y el bien, a servicio de Su Majestad, así como de bellas damas como vuesa merced.
-¡Oh, mira qué bien! Si verdaderamente estás a mi servicio, una ayuda con el ganado y los campos sería de agradecer.
-Eh... sí... es... una oportunidad de probar mis aptitudes que aceptaría con gusto... en otra ocasión. Ahora el glorioso deber encomendado por el poder regio encamina mis pasos hacia la tenebrosa Cueva de las Flores Negras.
-No, si ya decía yo. ¿Y qué vas a hacer en esa cueva?
-Has de saber, encantadora e ingenua pueblerina, que, de acuerdo a las leyendas, en la tenebrosa Cueva de las Flores Negras habita el peligroso dragón de piel rubí, irascible azote de toda vida, y mi misión, bendecida por Dios y dirigida por Su Alteza Real, es traer de vuelta la cabeza de esa bestia tras haber dado fin a su miserable existencia.
-¿Que vas a hacer qué cosa? ¿Pero cómo se te ocurre semejante barbaridad?
-Lo sé, lo sé, pero no habéis de temer por mi integridad, puesto que dispongo de mi parte una habilidad que ha sido probada en los aciagos campos de la...
-¿Cómo voy a temer por tu integridad? ¡Si llevas contigo a veinte tipos para ayudarte!
-No, llevo a dieciséis. Se trata de mi séquito, que porta mis alfanjes, enseres y pertrechos de batalla. Pero a la terrible bestia me enfrentaré en combate singular como prueba de mi imbatible destreza.
-¿Pero por qué ibas a asesinar a ese pobre animal sin necesidad ninguna?
-Bueno... de acuerdo a las leyendas susurradas por sus temerosas víctimas, el dragón piel de rubí es el perpetuo tormento de las buenas gentes de estas tierras. Sus brutales escaramuzas han costado la vida de fuertes labradores y jóvenes doncellas por igual, y ha devorado sin piedad ganados enteros como el vuestro sin la menor piedad. Su finalidad no es la supervivencia ni el alimento, pues dicen que su único sustento es el terror que infunde su sola presencia y que impulsa su ignota crueldad.
-¡Paparruchas! ¡Todo eso es propaganda del rey! ¡Lo sé hasta yo, que soy una iletrada de siglos antes de que se acuñase la palabra propaganda!
-¡Por todos los Santos del Cielo! ¡Se trata de una monstruosidad del tamaño del campanario de la catedral de Santiago, con tres hileras de desgarradoras y afiladas dentaduras diseñadas para la muerte! ¡Es una amenaza!
-A ver, es un poco más grande que una de mis vacas, y ni siquiera tiene dientes.
-¿Carece de dientes?
-Es un lagarto grande. ¿Cuándo has visto un lagarto con dientes?
-Aún así, se trata de una amenazadora criatura sobrenatural. He escuchado que tiene la capacidad de surcar los cielos y exhalar llamas ardientes como las del mismísimo infierno.
-Mi abuelita, que en paz esté, criaba pichones para el señor de estas tierras. Cuando crecían echaban a volar y nunca dijimos que los pichones de mi abuela fuesen sobrenaturales. Y lo del fuego es una exageración. Tiene muy mal aliento, el pobre. ¿Sobrenatural, dices? No tiene nada de sobrenatural, es un animalico.
-¡Basta de insolencia! ¡Exijo que me conduzcáis a la tenebrosa Cueva de las Flores Negras para que pueda dar muerte al dragón piel de rubí! El Rey es poseedor del juicio y la templanza de los hombres de su cuna, y es por ello capaz de reconocer el peligro que tal fiero ser puede suponer mejor que cualquier ganadera falta de seso. A buen seguro que dispondré de buenas mercedes de Su Alteza Real si dispongo de la cabeza de ese dragón, de modo que ya no tenga que establecer interacción en modo alguno con gentes de tan alta ignorancia y baja procedencia.
-¡Así que se trata de eso! ¡Tu manera de progresar socialmente es mediante el sangriento maltrato de una especie en peligro de extinción! ¡Muy bonito!
-Se acabó, preguntaré en otro lugar de este... ¡Por la Santísima Trinidad!
Sí, era el dragón. Había salido de la Cueva de las Flores Negras y estaba volando animosamente por los cielos resplandecientes de esa mañana de mayo cuando escuchó la conversación que acabamos de referir. Una de las características más desconocidas y fascinantes de los dragones es que su apetito se despierta de una forma inexplicable y fulminante en el momento en que escuchan amenazas de muerte. Movido por ese hambre repentina, el dragón se abalanzó con la velocidad del rayo sobre Sir Ánder de Requentia y Ulírima, el de la prístina mirada, Conde de Tornamimbre y, a la sazón, involuntario picoteo del Dragón Piel de Rubí. Su séquito intuyó por el sonido del crujir de los huesos de su señor que la batalla no se decantaría de forma favorable al humano, de modo que tuvieron a bien echar a correr siguiendo el camino inverso que les había traído hasta allí. El inmenso reptil tuvo mucha menos prisa a la hora de devorar al pomposo caballero, dándole tiempo al mismo de rezumar quejicosas frases como las que siguen:
-¡Ayuda! ¡Os lo suplico, ayudadme! ¡Oh, cielos estrellados, está partiendo mi armadura con la facilidad con que se parten los brazos de uno de esos infantes escasamente alimentados que gustan de tener los pobres! ¡Dijiste que esta bestia carecía de dientes!
-Bueno, a lo mejor me equivocaba en eso. Son tan pequeñitos que apenas se ven.
-¡Pero a fe mía que se sienten!
-Oh, estoy segura. De todas formas, no me tienes que reclamar a mí el haberte mentido por esa nimiedad de los dientes. El rey te ha contado muchísimas más mentiras y te vanagloriabas en ello.
-¡Me está matando! ¡Párelo!
-¡Ah, de modo que si el que mata es el dragón hay que pararlo, pero si es el caballero tenemos que darle un señorío lo suficientemente grande para que quepa su ego! ¡Pues eso se acabó!
Tras esas decididas palabras, Antonia condujo al dragón hasta la Corte del rey. No le fue muy difícil, pues estaba acostumbrada a pastorear. Recibido allí por su majestad, el colosal reptil fue nombrado nuevo Conde de Tornamimbre y obtuvo un ventajoso matrimonio con la tía-abuela del rey, todo en compensación por haber librado al reino del terrible mal que lo asolaba: Sir Ánder, el de la prístina mirada. Después de que el rey muriese atragantado por un ganchito, a su hijo le cayese una teja en la cabeza, el hijo de éste decidiera vivir una vida de austeridad en un monasterio apartado, su hermana se cayese a un pozo, su perro muriese envenenado víctima de un complot militar debido a los recelos despertados por su política de excavación de huesos y la mujer del dragón desapareciese misteriosamente el mismo día que amenazó de muerte a su marido en una disputa conyugal, el Dragón Piel de Rubí obtuvo el control del reino. Piel de Rubí I, el escamoso, fue recordado como uno de los reyes más benevolentes, justos y de peor aliento que tuvo ese reino. En cuanto a Antonia, su vida cambió radicalmente: de pastorear vacas pasó a ser la flamante poseedora de un rebaño de ovejas. Por lo demás, murió en la más absoluta pobreza.